La ciudad de Tarragona se encuentra a orillas del mar, en la desembocadura del río Francolí. Éste divide el término municipal en dos zonas de aspecto completamente distinto: la de levante, en la orilla izquierda, montuosa, y la de poniente, en la orilla derecha, llana con una ligera elevación en sus límites.
La zona de levante se encuentra en un montículo de 82m de alto de vertientes suaves excepto al norte y al noreste, con una configuración más abrupta. Es por esto que las edificaciones se distribuyen, preferentemente, por las vertientes sur y suroeste. La vertiente sur llega hasta el mar, con el que entra en contacto a una distancia de 1650m respecto al punto más elevado del montículo. La suroeste, más suave, se prolonga hasta llegar a la orilla del río.
Vista desde el mar, la ciudad ofrece una forma piramidal con la costa como base, desbordándose hacia el suroeste.
Designada capital de la Hispania Citerior, en época republicana, y de la provincia Hispania Tarraconensis, en época de Augusto, es a mediados del s. II d.C cuando Tarraco alcanza su máximo apogeo urbanístico y demográfico.
Después del desmembramiento de las estructuras políticas y territoriales romanas, la ciudad entra en la Edad Media en una situación de regresión demográfica y urbanística, relegada política y económicamente a una posición secundaria en beneficio de Barcelona.
Esta situación no empieza a cambiar hasta mediados del s.XIX, en que Tarragona entra en vías de recuperar la extensión de la trama urbana de la antigua Tarraco mediante un ensanche que seguirá esta misma trama.
Aunque su origen remite a un asentamiento íbero, existente desde el siglo V a.C, no es hasta el 218 a.C que la ciudad inicia su singladura como realidad urbana a partir de un praesidium militar fundado por el ejército romano.
Esta situación no empieza a cambiar hasta mediados del s.XIX, en que Tarragona entra en vías de recuperar la extensión de la trama urbana de la antigua Tarraco mediante un ensanche que seguirá esta misma trama.